Ada no duerme. La maga del número
- Inti Díaz Morán
- 14 may 2024
- 8 Min. de lectura
Para que haya un medio sociotécnico de artefactos, éstos tienen que inventarse. Tiene que haber invención. Siguiendo la perspectiva de Simondon podemos decir que la invención es inherente a la imaginación, la cual participa de la realidad en la medida en que un invento es la concretización de una imagen. A partir de ahí, podemos jugar con la analogía y relacionar esto con la pregunta de “¿cómo nace una computadora?”. Pregunta posible después que consideramos que el objeto tecnológico es un individuo, que tiene una vida y, por lo tanto, una historia. Y esa historia, en el caso del ordenador digital, tiene un nacimiento. Y el mismo tiene que ver con una imagen, con una obra, mejor dicho: un retrato que no era pintado sino tejido, de 55 x 30cm, en el cual se ve al inventor francés J.M. Jacquard en su taller.
De esa imagen nos interesa la historia que hay detrás. Toda la información que está ahí, pero comprimida. Hay que trans-ducirla. El dueño de la obra la exhibía en la sala de su casa, con lo cual impresionaba a sus invitados, que equivocados pensaban que se trataba de un grabado. Estaban contemplando la primera imagen digitalizada, a ese nivel de complejidad, hecha por la primera máquina programable: el telar mecánico que el mismo retratado creó. Para arriesgar una breve genealogía de un ordenador podemos partir de la trama que ata los hilos de la vida de dos británicos que sabían mucho de teoría matemática y compartían la misma pasión por crear objetos nuevos en el mundo. Uno de ellos es quien se obsesionó con la imagen que mencionamos, el filósofo y matemático Charles Babbage, creador de la máquina analítica. La otra persona es la de la creadora de la informática y -según esta lectura- primera filósofa de la técnica, Ada Byron, condesa de Lovelace. Vamos a tejer este texto sobre otro, que es el de El algoritmo de Ada, del escritor inglés James Essinger.
El libro presenta un excelente desarrollo de los personajes que darán cuerpo a esta historia real con potencia de película. El autor elige contar la historia desde los padres de Ada: el reconocido y controvertido poeta británico lord Byron y Annabella Milbanke, lady B. Las desventuras de ese romance cubrirán gran parte de los primeros capítulos. Pero para nosotros el nudo de la trama empieza a tejerse durante la infancia de Ada en Inglaterra, cuando se incorpora a la industria textil la máquina de vapor. Aquella era una época que se pensaba a sí misma como una era mecánica, o una era técnica. En todos lados, todo el tiempo, aparecían máquinas, motores y energías nuevas. La revolución industrial y tecnológica de principio de sXIX transformaba por completo el modo de producir los objetos, pero, sobre todo, ejercía una enorme influencia sobre el imaginario de la época para pensar en cómo podían hacerse las cosas. De esa imagen y de esa idea participaban tanto Ada como Babbage, quienes habrían de construir un “puente entre el mundo conocido y el desconocido” a partir de la invención de una máquina.
Un poco de contexto antes de volver sobre nuestra imagen. Para 1832 había en Inglaterra, el imperio más grande de aquel entonces, una necesidad y urgencia de hacer cálculos confiables, de computarlos y de almacenar las memorias de los resultados y de aquellas operaciones. Era necesario crear una máquina que evite el error humano para calcular con precisión nuevos flujos, nuevas energías acumulables en distintas cantidades, las que había que medir y cuantificar. Para ese año, Babbage con su equipo de colaboradores terminaron de construir un nuevo dispositivo: un prototipo de la calculadora que llamó la “máquina diferencial”. Sin embargo, tuvo noticias de que la máquina más sofisticada del momento había sido creada por un maestro tejedor de seda en Lyon, Francia, cuya industria textil empleaba más de treinta mil obreros desde algún tiempo atrás. En efecto, fue Jacquard quién creó el primer telar mecánico programable, al incorporar la máquina de vapor como energía para este telar automático. La alta calidad de la tela hilada en ese aparato se debía a su programación, la cual consistía en tarjetas perforadas que alternaban movimientos para unir los hilos. Babbage quedaría encandilado por ese artefacto para siempre, pero también por su creador y el método empleado. Ada también sentía fascinación por el objeto, y por la matemática. Pronto cruzarían sus caminos.
Y ahora sí, volvemos con nuestra imagen. Tiempo después, el matemático buscaba la obra porque consideraba que su contenido reflejaba el progreso tecnológico de la Revolución, además de retratar a su “ídolo”. El retrato fue “la” fuente de inspiración de su imaginación para inventar la máquina analítica. En la imagen se ve al inventor junto a su telar mecánico, mientras está en su taller. Pero lo que nos interesa a nosotros de la misma es que, además, fue hecha en el telar que aparece representado. No es simplemente un dato más. Los datos son importantes. Porque para crear esa imagen se utilizaron veinticuatro mil tarjetas perforadas que tejieron el dibujo. Las mismas representaban dígitos. Por eso decimos que se trató de la primera imagen digital compleja en un sentido técnico. Y por eso era para Babbage una pieza fundamental en la explicación de su máquina analítica, porque ese telar contenía el mecanismo pensado por Jacquard, que por analogía adaptaría para su invento. La máquina analítica funcionaría con el mismo método de programación por tarjetas, pero aplicado al cálculo matemático.
Hay un pasaje del tratado Acerca del Alma donde Aristóteles señala que “el alma no intelige jamás sin el concurso de una imagen”. Ada tenía una imaginación más volátil y pudo vislumbrar las potencialidades de la máquina de su amigo para otro futuro, menos inmediato. En Italia termina de delinearse el carozo del asunto. Giovanni Plana era un científico italiano que invitó a Babbage porque comprendía que la máquina analítica tenía la potencialidad de resolver el problema de falta de un dispositivo con un “procesador” cuya capacidad le permitiese tratar con varias fórmulas complejas a disposición. Pero él no comprendía en profundidad los aspectos técnicos y matemáticos del aparato, por lo que encargó a un colaborador, ingeniero militar y profesor en Turín, Luigi Menabrea, que realizara un artículo sobre la máquina analítica de Babbage. Esto iba presentar la máquina al mundo. Pero si no fuese porque Ada aplicó una transducción de dicho texto, el mundo no hubiese conocido la computadora. Quiero decir, Ada, quien tenía profundos conocimientos en matemática y conocía de cerca el trabajo, tradujo el artículo al inglés y al francés, y en esa traducción tejió la base para la informática.
La misma fue publicada en 1843 en las “Memorias Científicas” de Inglaterra. Babbage le preguntó por qué no había hecho ella un artículo de autoría propia sobre la máquina. Ada respondió que nunca se le hubiese ocurrido por su condición de mujer, que para el imaginario de época era un condicionante justificado. Entonces el matemático le pidió que realice notas a la traducción en vistas de su conocimiento acerca de la máquina. Estas Notas, que ocupan el triple de palabras que la traducción del artículo de Menabrea de ocho páginas, constituyen el aporte teórico sustancial que realiza Ada Byron a la historia.
Las notas son 7, van de la letra A a la G. La última es lo que se conoce como el algoritmo de Ada. El detalle técnico es difícil para nosotros los filósofos. Viene de la discusión sobre cómo podría operar el artefacto con los números de Bernuolli, una parte compleja de la matemática pura. Pero según esta nota hay una definición genérica de operación: todo proceso que altera la relación de dos o más cosas. En matemática, las operaciones alteran la naturaleza de los objetos de la operación. Un dato es una entrada sin procesar sobre la cual se produce la información luego de la operación. La información son los datos ya procesados y comunicados. Pero en este caso la información, introducida en forma de números, es procesada por las operaciones realizadas con las tarjetas perforadas. Ese fue el mecanismo del telar programable que Babbage “copió” para volver analítica su máquina diferencial.
La imagen de ese avance contiene la idea de la computadora, en el sentido en que uno ingresa datos al aparato, que está programado, el cual procesa la operación con las fórmulas que ya están instaladas, y arroja el resultado.. Ada propone en esta nota una base para la invención de la informática, o como ella le llamaría, “ciencia de las operaciones”. En eso radica lo que vuelve a Ada nuestra contemporánea: la diferenciación conceptual entre datos y procesamiento. La máquina diferencial solo operaba con un número limitado de dígitos, por lo que no tenía la función de cálculo analítico. La máquina analítica viene a cubrir la necesidad de hacer operaciones con números reales e imaginarios. Ada entendió que fue un relevo amplificador de la máquina diferencial. En esas líneas hay muchísima tela para cortar. Ada parte de una intuición que viene de aquella imagen digital hecha con hilos: la máquina analítica de Babbage y el telar programable de Jacquard hacen las mismas operaciones con distintos elementos. La diferencia es que una produce una digitalización del tejido y la otra del cálculo. Una teje números y la otra dibujos. Tal como ella la define: “Una máquina que ejecuta en números lo que los matemáticos representan en papel con símbolos: trasladar operaciones sencillas”.
Las conjeturas de Ada superaron ampliamente el potencial tecnológico de su mentor. Demostrando en un mismo gesto técnico no sólo que no existe tal separación entre humanidades y ciencia, entre teoría y aplicación; sino que las matemáticas mueven los hilos invisibles con los que está hecha la realidad. Los números no son objetos de fe, existen para describir cualquier cosa material. Para Ada el único lenguaje cabal para describir los procesos del mundo, aquellos “perceptibles e imperceptibles”, es la matemática. Pero percibe, ella también, ese aspecto que va más allá de lo meramente técnico del artefacto y su modo de representar la realidad. Se adelanta a la discusión actual sobre la complejización de las empresas de software que manejan flujos inmensos de datos.
Babbage vio que la máquina analítica era la aplicación del principio del telar programable de Jacquard al cálculo matemático. Lo visión de Ada fue incluso más allá. Ada imaginó que era el primer destello de un proceso de digitalización masiva de la vida. Comprendió que esto podía aplicarse a todo proceso que implicara información, es decir, un procesamiento de datos. Ada señala 200 años antes de Google que se pueden adaptar relaciones fundamentales entre los sonidos en “el arte de la armonía”, con lo cual una máquina podría componer piezas musicales largas y complejas. Pensemos en lo que es capaz de hacer hoy una ingeligencia artificial. Porque un algoritmo, que en matemáticas es algo como una máquina, pone a funcionar un procedimiento que sigue un conjunto de reglas para la resolución de un problema. Un programa informático es un algoritmo. O varios. El algoritmo de Ada Byron, la nota G, la última de su traducción del artículo de Menabrea sobre la máquina analítica que Babbage construyó a partir de la idea original de Jacquard, constituye uno de los indicios por dónde empezar a narrar la génesis de la máquina. Me gusta imaginar que toda esa historia está cargada, de alguna manera, en la imagen digital hecha en la red del telar programable, que aún mucho tiempo después, todavía nos dice cosas.
Ada decía en su correspondencia –hoy diríamos, “sus chats”-, que para ser un hada solo se necesita imaginación. Ada imaginó otro mundo y sembró la idea de inventar máquinas capaces de procesar cálculos, computarlos y memorizarlos. Había una imagen que motorizó todo el circuito. La primera imagen digital. Para Simondon, la imagen es una realidad intermediaria entre objeto y sujeto que hace de puente entre el pasado y el futuro. Porque una imagen instituye un sistema de recolección de las señales, en interacción con el medio. En aquél contexto, la Revolución Industrial, hubo un socius que necesitó codificar, computar y procesar nuevos flujos que se fueron apilando, acumulando, solapando, con una industria que exigía precisión, optimización, almacenamiento. Sin embargo, eso no fue suficiente: alguien tuvo que imaginarse una nueva aplicación. Y eso es lo que hizo Ada. Ada murió a los 36 años producto de una enfermedad. Su vida se fue apagando. Murió en su casa sin haber alcanzado en vida el reconocimiento que le correspondía, por ser mujer, en un mundo de hombres. Ada estuvo, sin dudas, adelantada a su tiempo.
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