Bartolome de Las Casas o el Disangelio americano
- Ramiro Gogna
- 17 jun 2024
- 5 Min. de lectura
Lo interesante de las crónicas y las relaciones de los conquistadores de las indias es el método expresivo, la forma alegórica con la que reflexionan sobre la realidad. No importa si Las Casas miente o exagera cuando describe la crueldad originaria que instituyó la paz despótica en las Indias desde mediados del siglo XVI en adelante.
Las Casas presenta una cruel mnemotécnica, que inscribía en la carne de los cuerpos los signos que iban a dominar en el Nuevo Mundo. Como dice Nietzsche el dolor es “el más poderoso medio auxiliar de la mnemotécnica.” El catalogo sangriento, los martirios y sacrificios que describe el padre franciscano hablan figurativamente de un sistema de crueldad instituyente que tiene como fin erradicar los dioses antiguos, instaurar una nueva ley. La destrucción de Indias fue el comienzo de la construcción de la historia indígena por los cronistas; el proceso de constitución de una memoria “mexicana” o “americana” de palabras y signos, hombre y Dios, donde antes había pluralidad de sociedades “politeístas” irreductibles a una teología que divide entre humanidad y divinidad, requirió el minucioso trabajo de encarnizamiento sobre el cuerpo de los salvajes.
Una aproximación a este sistema de crueldades es testimonio de Bartolomé de las Casas sobre la destrucción de las indias entre 1518 y 1542 (curiosamente la Brevísima Relación de la Destrucción de África escatima detalles en la presentación de las mutilaciones aunque no se dejan de mencionar la sucesión de las crueldades) La guerra originaria contra los indios, la conquista y fundación de las primeras ciudades-fuertes; la protohistoria que genera las condiciones para la explotación de las minas de plata, los grandes trabajos y el sistema de las encomiendas, medios de destrucción como mecanismos de la producción de la riqueza. La historiografía contemporánea extendería esa fecha todavía hacía 1560, la edad en la cual la riqueza era obtenida por pillaje y desatesoramiento forzado, pago de rescates, búsqueda de pepitas por arena y cuencas auríferas –“granjería de perlas”, decía Las Casas-, antes que por un mercado económico.
Tres personajes articulan la narración lascasiana –el indio, el tirano, el sacerdote-, apareciendo el Rey como una especie de cuarto interesado. Las Casas describe una industria, es decir, un arte o destreza, puntualiza un despoblamiento concertado, una historia de los estragos en islas y en tierra firme por los tiranos. Les atribuye un cálculo: “mataban para producir miedo”. Ese mitote que “consumía las gentes”, no era un ciego “dar dolor”. El dolor funda memorias, es una cruel operación mnemotécnica. En el origen de América, los “insignes carniceros”, el reparto de las tierras, acumulación de perlas, joyas, esclavos, tributo en hijos e hijas. Los tiranos son malos cristianos que hacen la guerra en nombre de la fe cristiana y el rey. Al contrario del sacerdote, afirma Las Casas, invaden con la espada, el fuego y los perros. Leones que se mueven llamados por los sonidos del oro. La codicia y el vicio los dirige, no la ley natural.
El objetivo del franciscano era convencer al Rey, su Majestad Felipe II, del cambio de estrategia: pasar de leones a pastores. El león consume a la oveja, el pastor vela por ella. Los reyes son padres y pastores, afirma Las Casas. Propone medios para remediar el mal de los indios: “sacar el poder de padrastros y le dé marido que la trate como se debe.” El tirano es un padrastro removible, pero al mismo tiempo Las Casas admite los límites: “hasta ahora no es poderoso el rey para estorbar.” Como el fin del gobierno es la “prosperidad celestial y terrenal”, el regente tiene como deber pacificar el Nuevo Mundo. El discurso del sacerdote tiene una función, del “aprovechamiento de la fe” puede resultar un “bien público”. Las Indias bajo los tiranos van en contra las leyes naturales y las arcas del Rey: estos dejan salir un cuarto del metal. Son “traidores a la ley y al rey”; son el óbice a la aplicación de las leyes de Burgos, la de 1542 que tenía función de hacer “cesar maldades y pecados.”
Las Casas presenta el discurso de los frailes como más eficaz que el del tirano conquistador. Una práctica que engaña la fuerza física tanto de los crueles españoles como de los “indios de guerra.” Opone su praxis a la violencia, movilizada por la autonomía del pensamiento y la palabra. La operación de poner a los indios a cierta distancia como objeto de su conocimiento es simultáneamente una relación de poder. La palabra cristiana, para el sacerdote, entra en la realidad cuando los indios son “persuadidos de los frailes”. Habla como si pensamiento y realidad fueran lo mismo cuando remite a una evidencia de hecho: “ocurre algo que nunca se hizo en las indias […] los indios se sujetan de propia voluntad al poderío de los reyes.” Por consentimiento se despojan de su propio mundo a instancias del sacerdote: “a los indios de guerra: hacerlos de paz, y a los de paz el conocimiento de nuestra fe.”
En su alegato Las Casas adjudica determinaciones a los indios -humildes, pacíficos, quietos, dedicados, simples, sin maldades ni dobleces, sin rendijas ni bullicio, sin rencor, sin odio, sin venganza, sufren los trabajos, dóciles y aptos para la fe- que responden más a una proyección doméstica que a “los indios” mismos. En el discurso pone al indio y al Tirano en una relación espejeante en que uno y otro, en bloque, representan el poder y el no-poder, en el que uno es el rescoldo de la no-violencia y el otro la insignia de la dominación. Proyecta unas bondades sobre el Indio para enjuiciar al mal cristiano como un triste déspota. Doble faz de la estrategia lascasiana: sobrecodifica al indio al “reconocerlo” como una forma de vida natural, lo rebaja cuando hacen de él el espejo inocente en el que un buen cristiano descubre su propia desmesura. El peso de esta estrategia se hace sentir en la historia del pensamiento latinoamericano y no sería difícil de rastrear en los indigenismos, en las filosofías de la liberación y los pensamientos decoloniales. Como bloques simples, Las Casas construye la oposición entre indio y conquistador: unos tiranos, otras ovejas.
Bartolomé de Las Casas inventa una figura de “indio”, con un relieve específico. El indio aparece como acechado por el diablo y sus engaños; no puede recordar su origen que sería cristiano; no puede, por sí mismo, debido a la carencia de escritura o las limitaciones técnicas de las que posee. No puede venir a la luz por sí mismo, no puede nombrarse a sí mismo. El bárbaro indio confunde las palabras y las cosas. Todas sus carencias llaman, hacen necesario la intervención del piadoso sacerdote.
Comments