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Sirenas, fetiquistas y degeneradas

  • Rosario Cosci
  • 8 sept 2023
  • 9 Min. de lectura

Aproximaciones a los discursos sobre la sexualidad en el nacimiento de la biopolítica argentina


Rosario Cosci



Las sirenas pertenecen a una especie en la cual solo hay animales de un mismo género: femenino. Las sirenas poseen las facciones de una mujer joven, pero la visible animalidad de su cuerpo deforma su imagen de mujer griega develando el ser de una raza híbrida. En el relato homérico estos seres híbridos degeneraron con su canto el curso del obrar de hombres nobles de manera inevitable. Tal seria el destino de la especie humana ante la presencia de estas animalas en las costas del atlántico argentino según un cuento que Carlos Octavio Bunge publicó en 1908. Esta mujer anormalmente fuerte, cuyos dientes se asemejaban “más a los de una fiera carnívora que a las de un ser humano” (Salessi, 1995, p. 192) pertenece a una especie carente de machos que amenaza con reproducirse haciendo emerger la hipótesis de la potencial desaparición de los hombres humanos. Lo que implicaría la degeneración absoluta de la población humana Argentina. En palabras de Jorge Salessi “En La sirena, Bunge estableció la correspondencia entre el afeminamiento de una cultura concebida como masculina y la emergencia de una nueva mujer. “La sirena” fue una forma de representación recurrente de esa nueva mujer que, desde las costas de Mar del Plata a la Patagonia, emergía a acechar las fronteras de la nueva nación de sus aguas territoriales” (Salessi, 1995, p. 192).


Este nuevo género femenino tiene caracteres biológicos diversos a los que Bunge representa bajo el modelo nombrado como el de mujer griega clásica. Una nueva mujer emerge y mediante metáforas en el cuento es representada como peligrosa. Su peligrosidad radica en el carácter híbrido de su raza, manifiesto en una inversión genérica y la ausencia de binarismo sexo-genérico. Su presencia vaticina una degeneración racial argentina.


El relato no es ingenuo si explicitamos ciertas características y afiliaciones ideológicas del autor. Carlos Octavio Bunge, fue un jurista positivista cuya preocupación por la presencia de mujeres masculinas y hombres femeninos fue constante, junto con la preocupación por la inmigración creciente de la época.

La ideología de Bunge se caracterizó por un clasismo y un racismo notorios. Hasta ahora ese clasismo y ese racismo se comprendieron como excesos inconsecuentes de un positivismo argentino extremo. Pero creo que a pesar de que la solidez de las teorías positivistas argentinas haya sido una ficción cultural quizás debamos comenzar a explorar hasta qué punto es o no una ficción cuyos efectos continuaron hasta fines de siglo veinte (Salessi, 1995, p. 187).

Había en su pensamiento y en el de José Ingenieros una expectativa positiva por la evolución de una raza proveniente de la conjunción de todas las que habitaban en argentina. Pero para ello, era menester que esta evolución se acompañe por medios artificiales conduciendo a la población lejos de las sendas de la degeneración. Los artificios para realizarlo serían aquellos que, según su lectura, impactaban directamente sobre caracteres biológicos de esta gente. Entre estos mecanismos encontramos la Medicina, Criminalística, Pedagogía. “En Argentina, mediante la producción de un ambiente saludable y la multiplicación de instituciones de encierro, podrían separarse los atávicos y dejar pasar a los evolucionados en una eficaz transfusión regeneradora, al decir de José Ingenieros” (Muro, 2021, p. 75) Para esta nueva nación el enemigo no era lo otro opuesto, sino lo que se denominaba el enemigo interno. Individuos que son un riesgo para el florecimiento de la raza, seres patológicos que pueden camuflarse en la masa normal, saludable, y enfermarla.


Colocándose de lleno en la lógica inmunitarista, los positivistas afirmaban que el desarrollo biológico de los mejores dependía de la reducción violenta de los inferiores y mediocres. Pero así, la afirmación positiva de los mejores quedaba indefectiblemente ligada a una política esencialmente reactiva y negativa: la del encierro y persecución de los elementos considerados disgénicos o degenerados (Muro, 2021, p. 81).

Siguiendo con la lectura de Jorge Salessi, encontramos que el fantasma de la homosexualidad era uno de los grandes peligros provenientes del extranjero que amenazaban la salud del cuerpo social y la higiene aparecía como uno de los “tantos recursos del nacionalismo” (Armus, 2000, p. 549)


Esa preocupación social por la salud y la gestión de la vida surge en Argentina como respuesta a las epidemias que afectaron a su población, en especial al sector urbano, en el siglo XIX (Armus, 2000). En particular la epidemia de fiebre amarilla de 1871. Ésta obtuvo como respuesta del gobierno de Domingo Faustino Sarmiento, una maquinaria de medidas modernizadoras en materia de salud pública. Fue en ese marco en el que triunfó y fue ganando sofisticación la tendencia higienista para mitigar los problemas de salud pública. Los problemas sanitarios centrales que atendía fueron aquellos que acontecieron en la ciudad como espacio social. Como surgen en el marco de lucha contra enfermedades infecciosas, la bacteriología moderna, con sus nuevos métodos de diagnóstico y profilaxis tuvo preminencia entre estos discursos. Esta disciplina aplicaba medidas para evitar el contagio que partirán de una concepción monocausal, un agente bacteriológico, en alternancia con medidas que asignaban influencia preponderante al entorno material en que se desarrollaba la vida. La estadística asumía un importante lugar en el gobierno para poder ampliar el conocimiento sobre cantidad de muertes, causas y edades, nacimientos, enfermedades, migraciones, entre tanta información que era relevada por los censos nacionales, provinciales y municipales.


Los modelos principales de prevención de las enfermedades para los higienistas argentinos fueron la exclusión y la vigilancia (Armus, 2000). La exclusión se caracterizaba por la separación del individuo patológico del saludable, su expulsión de la comunidad para preservar la salud del conjunto. La vigilancia no excluía a determinados sujetos, sino que controlaba permanentemente la población porque la amenaza era interna y permanente.

Contar, medir, inspeccionar, eran formas de poner orden en el crecimiento físico y demográfico. La ciudad se reducía a una suerte de unidad sanitaria donde el fantasma del contagio ocupaba el trono. Desde la oficina bacteriológica a la inspección municipal, y desde el hospital al dispensario zonal, prácticas e instituciones se afianzaron en torno a la vigilancia (Armus, 2000, p. 529).

Podemos interpretar estos dos modelos en paralelo con lo nombrado por Michel Foucault, en el marco de la historización de la medicina social, como el esquema médico en reacción a la peste y el esquema médico en reacción a la lepra. El primero, medieval, expulsaba del espacio común al leproso confirmado hacia un territorio en el cual solo convivía con seres con su misma patología. El segundo, opera vigilando, distribuyendo, ubicando a los individuos dentro del espacio social permanentemente controlado y ordenado por el poder medico (Foucault, 1996) Foucault relata estos modelos en el marco de una reconstrucción de la medicina urbana, surgida en Francia de siglo XVIII:

El pánico urbano era característico de la preocupación, de la inquietud político-sanitaria que se va creando a medida que se desarrolla el engranaje urbano. Para dominar esos fenómenos médicos y políticos que causaban una inquietud tan intensa a la población de las ciudades, particularmente a la burguesía, había que tomar medidas. (Foucault, 1998, p. 61)

En nuestra historia un pánico semejante, exacerbado por la ideología eugenésica con la que se combinaba, fue conjurado por medio de diversas leyes higiénicas, revistas científicas y vinculadas a la educación, la publicidad y la literatura. Se promulgo la liturgia higienista cuya respetabilidad fue ampliamente aceptada por la sociedad. El discurso y la cultura del hombre higiénico era, en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, un punto de consenso que trascendía las diferencias ideológicas.


El cuento de Bunge, junto con todos los otros textos literarios que compendiaban ese libro, reflejaba de forma gráfica y didáctica las teorías científicas argentinas sobre la sexualidad. La revista Archivos de Psiquiatría, Criminalística y Ciencias Afines, cuya publicación comenzó en 1900, fue fundamental para la consolidación de un núcleo intelectual que pensó los fundamentos de la medicina, psiquiatría y criminología de la época (Mailhe, 2016). Este grupo estaba integrado por figuras como José Ingenieros, Francisco De Veyga, José María Ramos Mejía, y el mismo Carlos Octavio Bunge. Es en esta revista donde aparecen aproximaciones explicitas pretendidamente científicas acerca de la homosexualidad. Uno de los consensos manifiestos de este grupo científico radica en la dupla conceptual degeneración y regeneración.


Si nos preguntamos por la relación entre psiquiatría, criminalística, y esas ciencias afines entre las que encontraremos a la pedagogía podemos responder desde la perspectiva propuesta por Michel Foucault (2001). Para el autor, desde el siglo XIX en adelante, la psiquiatría médica interviene en la criminología porque la lucha contra el crimen se volvió parte de la higiene pública. Se trataba de promover la salud del cuerpo social y para ello había que proteger al cuerpo poblacional. En esta forma de profilaxis social intervienen las ciencias médicas porque el cuerpo social empieza a ser comprendido desde su realidad biológica. La psiquiatría médica se inscribe dentro de la higiene pública, principal forma de intervenir para promover el bien de la sociedad vista como un cuerpo biológico.

El desarrollo, en el siglo XVIII, de la demografía, de las estructuras urbanas, del problema de la mano de obra industrial, había suscitado la cuestión biológica y médica de las "poblaciones" humanas, con sus condiciones de existencia, de hábitat, de alimentación, con su natalidad y su mortalidad, con sus fenómenos patológicos (epidemias, endemias, mortalidad infantil). El "cuerpo" social dejó de ser una simple metáfora jurídico-política (como la que se formula en el Leviathan) para convertirse en una realidad biológica y en un terreno de intervención médica (Foucault, 1996, p. 107).

La sociedad había cambiado, el ejercicio del poder implicaba sofisticadas tecnologías de gestión de la vida. Entre estas sofisticaciones, según la lectura de Foucault, el castigo se aplica al sujeto y no tanto al crimen, por ello se busca mediante las nuevas formas reformar al actor criminal. La intervención de la psiquiatria en la criminología: “se debe al ajuste de dos necesidades que proceden, por una parte, del funcionamiento de la medicina como higiene pública y, por otra, del funcionamiento de la punición legal como técnica de transformación individual” (Foucault, 1996, p. 110).


Es en la interacción de la institución psiquiátrica y la judicial donde se desarrolla la noción de individuo peligroso. Foucault alude en este texto a un concepto arriba mencionado: degeneración. La asunción de este concepto implicó el abandono del de monomanía homicida, un tipo de locura cuyo único síntoma es el crimen. Por el contrario la teoría de la degeneración afirma la complejidad y multiplicidad de síntomas que presentan enfermedades mentales a escala individual y generacional. “ya se trate de incomprensibles masacres o de pequeños delitos (concernientes a la propiedad o a la sexualidad), de todos modos se puede sospechar que existe una perturbación más o menos grave de los instintos o de los estadios de una evolución ininterrumpida” (Foucault, 1996, p. 111). La psiquiatría no mira solo a los grandes criminales, sino a todo tipo de conductas anormales. El concepto degeneración es más amplio y permite justificar el control y la vigilancia de todos los infractores en tanto sujetos peligrosos para la salud de la sociedad y la especie. Esto implica correr el foco desde el crimen hacia el sujeto. La razón de este cambio es la despenalización de la responsabilidad civil. Un degenerado es responsable pues es un criminal nato, alguien que por diversas causas, para Foucault difíciles de reconstruir, es en sí mismo un riesgo para la sociedad. Así, mediante las verdades de la psiquiatría, “Se puede hacer responsable penalmente a un individuo sin tener que determinar si es libre y si hay culpa, ligando el acto cometido con el riesgo de criminalidad constituido por su propia personalidad” (Foucault, 1996, p. 115).


En el discurso científico argentino de principios de siglo XX, con las peculiaridades que adquirió, aparecen algunas de las tácticas que oportunamente caracteriza Foucault en su analítica del poder. Como dijimos, la sexualidad aparece en un lugar preminente en las taxonomías por las que la criminalística y la psiquiatría organizan los cuerpos individuales en pos de la sanitizacion de la sociedad. Consecuentemente, la literatura, la prensa, y la pedagogía de la época evocan metáforas que responden a estas teorías, pero más que con un afán de diagnóstico con la intención de intervenir sobre el cuerpo social. Un papel importantísimo jugaron las jerarquizaciones de la raza, las políticas eugenésicas enmascaradas en el saber medico de esta época, operando en la argumentación científica basada en la genética y biología de la especie como fundamento preeminente de las políticas de gestión de la vida. En el momento que analizamos, el nacimiento de la biopolítica argentina podemos observar como pervive la violencia del racismo en las tácticas del poder materializadas en el discurso científico modernizador que pretende buscar la articulación de una multiplicidad. Consideramos que en esta continuidad entre racismo y eugenesia en las políticas de gestión de la vida radica una gran peculiaridad del nacimiento biopolítica argentina. Fue así que, tal como versa el cuento de Bunge, de las costas del atlántico, primer destino de los migrantes que llegaron en esa época, provenía un gran peligro, que enlazado con el riesgo de su sexo, conformaban el caldo de cultivo de las clasificaciones de los seres a los que el estado destinó sus primeras políticas de sanitización social.


Bibliografía

Armus, D. (2000) “El descubrimiento de la enfermedad como problema social” en Lobato, M.Z., Nueva Historia Argentina. El progreso, la modernización y sus límites (1880 – 1916), Sudamericana, España

Barzani, C. (2000) “Uranianos, Invertidos y Amorales. Homosexualidad e imaginarios sociales en Buenos Aires e imaginarios sociales en buenos aires (1902-1954)” en Revista Topía. Un sitio de psicoanálisis, sociedad y cultura. Mayo. Recuperado el 10/01/2023 en https://www.topia.com.ar/articulos/uranianos-invertidos-y-amorales

Figari, C. (2012) “La invención de la sexualidad. El homosexual en la medicina argentina (1880 – 1930)” en Jones, D. et. al., La producción de la sexualidad. Politicas y regulaciones sexuales en Argentin,. Biblios, Buenos Aires

Foucault, M. (1991) “La gubernamentalidad” en AA.VV.: Espacios de poder, La piqueta, Madrid.

Foucault, M. (1996) La vida de los hombres infames, Altamira, Buenos Aires.

Foucault, M. (2001) Defender la Sociedad. Curso en el Collège de France (1975-1976), Fondo de Cultura Económica, Argentina.

Foucault, M (2008) Historia de la sexualidad: La voluntad de saber. Siglo XXI, México.

Gemetro, F. (2012) “Figuraciones Lesbicas. Lesbianismos, discursos científicos y políticas públicas a principios de siglo xx” en Jones, D. et. al., La producción de la sexualidad. Politicas y regulaciones sexuales en Argentin,. Biblios, Buenos Aires

Mailhe, A. Ed. (2016) Archivos de psiquiatría y criminología (1902 – 1913) Concepciones de la alteridad social y del sujeto femenino. EDULP. La Plata.

Salessi, J. (1995) Medicos, Maleantes y Maricas. Higene, Criminología y Homosexualidad en la Construcción de la Nación Argentina. Beatriz Viterbo. Buenos Aires.


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